6000 kilometros, 4 semanas. Espacio y tiempo conjugados en un profundo sentimiento por explorar.
Por laburar sí, por seguir creciendo fotográficamente, generar contactos y algunos encargos específicos pero con un gran contenido personal.
Viajar, y humildemente pienso que siendo fotógrafo mas aún, te lleva a todo tipo de sensaciones y motores. Las horas se disuelven entre observaciones continuas de como “pega la luz”, por donde sale y se oculta el sol, y la gran disyuntiva de si ir directamente a los grandes lugares o encontrar el mejor punto para fotografiar los grandes lugares.
Y así mismo si ir a esos lugares populares, o perderse entre pueblos sin renombre.
Tuve de las dos, como también tuve días donde el mapa era mi aliado y otros tantos donde solo seguía al sol.
Con un ritual casi incorporado, con cuestiones flexibles como la cantidad de km por día y cuestiones inflexibles, teniendo al atardecer y al alba como bandera.
También, a eso de la nochecita buscar aquellos barsitos de ruta, donde podía cargar la electrónica y trabajar las fotos del día.
En este proceso ambiguo de conocer y conocerse, me animo a afirmar que viajar te hace mejor persona.
Viajar solo multiplica, los contrastes y su rol protagónico. Ese sentimiento de libertad absoluta, de responsabilidad total, de autonomía, de ser vos y el mundo.
Así, todo blanco tiene su negro, aparecen los miedos y las incertidumbres. Viajar solo es una decisión, unipersonal. Depende de ti y de nadie mas. Somos tan diminutos como autónomos. Viajar solo te pasea por una rotonda de sentimientos, con caminos de libertad y otros tantos de dificultad. Se extraña, de mi parte, un montón. Se valora con gran magnitud lo que uno tiene en su país, pero también te abre la cabeza como solemos decir. He llegado a la conclusión que viajar solo es un hermoso cúmulo de contrastes.
Situémosnos. Otoño invernal al sur de Europa. Elegí el frío, elegí la nieve y me encontré con todo. España es un país geográficamente de puta madre. Tiene todo, campo, montaña, playa, ciudad… gastronomía, diferentes lenguas.
Entre el clima y yo decidimos que la primer semana sería de playa, de Galicia a Cantabria, de Coruña a Santander todo por la costa.
Arenas populares y mareas escondidas se grabaron en mi retina, había alrededor de 10 grados y caminaba las playas de punta a punta. Dormía en el auto, aún podía, el frío no se presentaba en su máxima expresión, todavía.
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La segunda semana, trazé una diagonal hacia la costa este, luego de pasar el fin de semana en Pamplona en casa de unos amigos, recalé en Barcelona.
Si España tiene todo Barcelona tiene mas. Fui sacando conclusiones a lo largo del viaje, una de ellas es que Barcelona es el mundo representado en una ciudad. Imaginate algo, lo que sea, pues Barcelona lo tiene.
4 días me bastaron para conocerla y estoy seguro que no del todo, eso sí, me bastó para ver gente de todos los continentes conocidos.
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Mi próximo fin de semana y por consiguiente la semana entrante, alrededor de 10 días, fueron mi gran aventura en la montaña. Desconocida para mí y para muchos de nuestras latitudes, para ubicarnos un poco el pico mas alto de Uruguay posee poco mas de 500mts, el cerro catedral. En los pirineos nunca bajé de 1000. Los pirineos son la segunda cadena montañosa más grande de Europa, después de los Alpes suizos, se encuentran en la frontera entre Francia y España.
La vida de la montaña y la vida de la montaña en invierno es un mundo aparte. Ya no hace falta poner el guión antes de los números para saber que estamos bajo cero.
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Una pequeña anécdota, mi primer día de viaje hacia los pirineos me agarro el primer frío. Conducía por carretera de montaña – diferente de autopista, más lenta, más linda y no pagás peaje -, de pronto, arranca a nevar.
Empezó suave, preciosa. Progresó lenta y brutal. Vi nevar como nunca en mi vida, claro, era la primera vez. Y fue fuerte. No llevaba cadenas, se colocan en las ruedas frente a estas situaciones inesperadas. No las tenía. Parte de ignorancia y de todo lo que te enseña viajar.
Es imposible avanzar, el auto no avanza, desliza, patina y estaba 1500 metros sobre le nivel del mar con un abismo a mi izquierda. No podía fallar.
Eran las 8 de la noche, la oscuridad ya estaba a tope. Entre sinuosos movimientos en primera marcha aparqué el auto contra un cantero, freno de mano a fondo, abrigarme con todo lo que tenía y esperar que salga el sol para que las maquinas que quitan la nieve hagan honor a su nombre.
Durante la noche vi como la temperatura bajaba paulatinamente hasta llegar a los dieciséis grados bajo cero.
No tenía ni puta idea lo que era el frío hasta ese momento, decir que dormí sería mentir..
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En fin el viaje siguió al día siguiente, decidí que iba a ser inviable dormir en el auto esos días y fui pernoctando entre refugios uno más lindo que el otro. Techos a dos aguas por la nieve, construcciones de hermosos marrones y grises opacos, armonizados por la infaltable estufa de leña en perfecta simbiosis con un chocolate caliente al caer el día. Estuve en Francia un par de días donde creo hice mis mejores fotos. Mezclas de colores en cielos surrealistas me envolvían en cada caída y bajada de sol.
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Estuve en Andorra, un país de menos de 500 km2 metido directamente en el centro de los pirineos.
Es un país tan hermoso como amable. Recomiendo a todo el mundo ir y prefiero no extenderme con este lugar, que hablen las fotos, y que lo visiten.
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Nevadas, picos, curvas, animales y refugios hicieron mi experiencia en la montaña inolvidable, tan inolvidable que me enfermé y tuve que buscar refugio ese penúltimo fin de semana nuevamente en casa de mis amigos españoles de Pamplona, conocidos en san Diego hace años atrás en otro roadtrip por California. Viajar también es eso, generar vínculos internacionales, conocer personas increíbles, y que en este caso, te banquen la cabeza.
Me vi todos los partidos de la liga española sentado en el sillón, salieron todos de joda y me quede jugando a la play, ese mood. Así estaba. El lunes me recuperé y emprendí mi vuelta hacia atrás, rumbo al oeste. En este tramo pasé por Bilbao, los picos de Europa y Ribadesella.
Guarden estos tres nombres. Una ciudad rodeada de puentes increíbles, un paraíso de montañas y un pueblito de ensueño, respectivamente.
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Ya hacia el fin de semana centré mi último destino en Nazare, centro de Portugal. Quiero detenerme unas breves líneas en este pueblo. Nazare es un paraíso del surf, una utopía azul, más conocida por tener la ola más alta registrada (30 mts). Según los pronósticos en el momento que estaba con mi cámara y su respectivo protector de lluvia en el sitio idóneo para captar tal fuerza natural, las olas rondaban los 6-7 metros.
Fuerza de la naturaleza, es la frase que le suelo repetir a mis amigos para describir mi experiencia con ese mar.
Fotografié, un par de horas hasta que cayó el sol, cuando la sensibilidad de mi cámara me indicaba que las fotos ya no iban a tener el mejor detalle, frené. Frené de verdad. Bajé. Revoluciones al subsuelo. Protegí la cámara y me senté a mirar. Por un momento cerré los ojos. Ese instante se me hizo tan efímero como hermoso al sentir el agua salpicando acariciándome el rostro mientras la ola rompía en las rocas y la noche iba tomando su lugar.
Pensé en todo y pensé en nada. Pensé en mis sueños, pensé en mis miedos. Pero por sobre todo pensé en la naturaleza y pensé en el mundo. En su fuerza y en su inmensidad. Todo se llenó de ruido en forma de silencio.
Fue mi última parada.
Joaquín Figares.
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